De Santiago a Santiago 2022

Si es difícil comenzar hablando de lo último que ha ocurrido entre la última fiesta de Santiago y la de este año más difícil resulta hacerlo en esta ocasión.
¡¡La última fue en julio de 2019!! Ya casi ni nos acordamos hace solo dos años, pero cuantas cosas han pasado en este tiempo. Muchas y ninguna a la vez.
Muchas porque de repente llega un ser microscópico que decide cambiar nuestra forma de vivir, de relacionarnos, de trabajar, de disfrutar de la vida. De la noche a la mañana nos vemos encerrados en casa sin saber si era para una semana o para un mes o sabe Dios para cuánto. Sale nuestro presidente en la
televisión y dice sin más “todos para casa” pero qué pasaba con nuestros planes de futuro, nuestros trabajos, nuestras familias, nuestros mayores, pues que todo quedaba en una especie de stand by, a la espera de acontecimientos.
Y allí que nos vemos perplejos, cara a la televisión viendo las noticias, viendo como los datos de la pandemia iban creciendo día a día, asustados, con el miedo en el cuerpo y nos fuimos convirtiendo en virólogos especialistas en pandemias, que si la cepa no sé qué, que si las mascarillas tienen una validez de no sé cuánto, que si la fffp2 era mejor para según qué cosas. Luego estaban otros especializados en desmontar todo lo que iba apareciendo, echando la culpa de lo qué pasaba a unos y a otros, que sí el gobierno, que si Barbón, que si nos cerraban los bares, pero los estancos quedaban abiertos. Los policías de ventana, que no solo veían “cosas” sino que también había obligación de compartirlo en redes.
De repente desaparece el papel higiénico de nuestras tiendas. ¿Quién iba a suponer que era lo que más nos interesaba tener en casa? Y allí que íbamos cada poco a ver si se reponía en las tiendas. Y el día que
veíamos pasar el camión ¡fiesta! Todos a acaparar papel. Hay casas en las que aún se usa el que estaba por debajo de las camas porque la cosa se nos fue de las manos. Y de golpe a todos nos dio por hacer pan, repostería, tomar el aperitivo en casa. Pues oye, de repente la hora del aperitivo se convirtió en sagrada. De todo lo demás había en la tienda, pero papel, levadura, harina una fiesta cada vez que venía. Primera vez que vi yo paquetes de harina de cinco kilos y volaban.
En Posada veíamos pasar los tractores dispersando lejía por todas partes, nunca estuvieron tan limpias nuestras calles. Servicios de limpieza que, a manguerazo limpio, daban lustre a las aceras donde un poco más tarde decenas de vecinos haríamos cola para entrar al supermercado. Esos supermercados a los que entrabas con miedo a que alguien se te acercara demasiado, separándote del que se supone era tu vecino/a de toda la vida por si te pegaba algo, esas colas en la caja interminables pues había dos metros entre cliente y cliente, con miedo al llegar a casa y te ponías a quitar todo lo que habías llevado y a limpiar todo lo que había entrado en ella.

Eso nos duró cuatro días pues nos fuimos acostumbrando a la situación e íbamos bajando la guardia en
según qué ocasiones.
Lo más gordo fue cuando una mañana, no sé qué día de la semana era pues eran todos iguales, apareció el ejército en Posada y desde nuestras ventanas veíamos a esos jóvenes pasear de dos en dos, separados, por nuestras aceras vigilando no sé el qué. Vaya susto que llevaron nuestros mayores pues desde la guerra que no se veía un militar por el pueblo.
Y qué me decís de las 8 de la tarde. Esa hora como la de las cinco en una plaza de toros, la hora del té, la hora del vermut.

Las 8 se convirtió en la hora de los homenajes. La situación era complicada pues nuestros sanitarios arriesgaban la vida con lo poco que sabían sobre la enfermedad, con medios de risa (no olvidemos nunca aquellas protecciones con bolsas de basura y celo) las mascarillas que no llegaban o lo hacían en cantidades ridículas y ahora, encima, sabemos que no han sido pocos los que se han enriquecido con aquella situación.
Pues bien, a las 8 se decidió salir a las ventanas y aplaudir, aplaudir hasta que te quemaban los dedos, dando las gracias a aquellos sanitarios que estaban dando su vida por cuidarnos.
Luego fuimos ampliando el aplauso ampliando el reconocimiento a todas aquellas personas que seguían velando por nosotros, al personal de nuestras tiendas en las que nunca faltaba de nada (salvo papel higiénico, levadura y harina), nuestros gasolineros, taxistas, guardia civil y policía municipal que velaban con el fin de que nadie se saltara las normas impuestas y casi nadie lo hacía salvo cuatro insolidarios y
muchos otros profesionales que cada uno tenemos en mente.
Y seguíamos pensando en personas que merecían nuestro aplauso y hablábamos del personal que seguía cuidando de las personas con discapacidad que viven en el centro Don Orione o de aquellas personas mayores que residen en la Residencia del Cuera. Cuidadores que seguían velando por que no faltará de nada en sus lugares de trabajo y sobre todo que no faltara el cariño de las familias que no podían desplazarse a visitar a sus familiares. Varios mayores murieron de la mano de alguno de sus cuidadores alejados por necesidad de sus familias a las que se les prohibía la entrada en esos momentos finales. Eso nunca se olvidará.

Luego empezó el caos. Unos podían trabajar, otros no, podías salir a pasear (con horarios), unos tenían ganas otros no se atrevían. Dieron carta blanca a salir a hacer deporte que hasta infartos hubo, pero a poco parecía que íbamos hacia la tranquilidad y comenzamos a hacer una vida relativamente normal unos con mucho miedo (que aun los hay) y otros, al contrario. Lo mejor es que, en general, todos nos íbamos respetando pues la actitud ante el virus era diferente en cada caso incluso dentro de
las mismas familias.
La cosa fue muy gorda y aunque ahora van desapareciendo de nuestra memoria muchas cosas, varios vecinos no podrán olvidar esos días pues perdieron familiares por culpa de la dichosa pandemia. Otros perdieron sus trabajos o negocios y muchas las pasaron canutas para poder llegar a fin de mes con ayudas que nunca llegaban en tiempo y forma, ERTES, paros, cierres de negocios que nunca se volverían a
recuperar, pérdidas económicas que arrastraran aun durante mucho tiempo.

Muchas cosas se dejaron de hacer en la parroquia durante este tiempo. Fiestas locales, cabalgatas de reyes magos (poco se habla de lo bien que se portaron los pequeños durante la pandemia) carnavales, actos deportivos, etc. etc. etc. y que parece que, poco a poco, se van recuperando para volver a épocas mejores.
Hace unos meses se pudo disfrutar de un San José pletórico en Posada la Vieya, de un carnaval multitudinario como nunca se había visto en nuestro pueblo, de un San Antonio en Piedra, en fin, que a pesar de los muchos palos en las ruedas que algunos han querido poner, vamos saliendo de esta situación que queremos olvidar ya y pasar página de una vez.


Pero con estas cosas nunca se sabe así que disfrutad del momento.